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“La educación no educa, domestica”: Maestros de la CNTE resisten en Mérida bajo el sol y la indiferencia

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Texto y fotos Kiki Vc.

“Ya lo decía Rius: la educación en México no educa, domestica”. La frase, lanzada hace décadas por uno de los críticos más lúcidos del sistema, sigue tan vigente como dolorosa. Hoy, bajo el cielo ardiente de Mérida, esa sentencia retumba con más fuerza en la voz de los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que mantienen un paro indefinido frente al Palacio de Gobierno. Su demanda: condiciones laborales dignas, respeto a sus derechos y una reforma educativa que escuche a los docentes, no que se les imponga desde arriba.

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Entre lonas improvisadas, pancartas desgastadas por el sol y casas de campaña, la maestra Clara se sienta con sus colegas a esperar que baje un poco el calor. Lleva una semana de paro, sin dar clases, durmiendo en la calle, extrañando a su hijo. “Aquí seguimos, con hambre, con sueño, pero con dignidad. No solo pedimos mejores condiciones laborales, pedimos respeto a nuestra labor, que se nos escuche, que se entienda que sin maestros no hay futuro”, dice, mirando el cielo mientras suena una guitarra en medio del plantón.

Esta protesta no es un capricho. Es parte de una historia larga de lucha magisterial en México. Décadas de reformas diseñadas desde el escritorio, sin consultar a quienes viven el aula. Cambian los nombres, cambian los programas, pero el sistema sigue igual: vertical, burocrático, desconectado de la realidad.

Rius lo retrató con claridad en El fracaso de la educación en México, donde denunciaba cómo la escuela mexicana muchas veces forma obedientes, no pensantes; impone contenido, silencia al maestro. Hoy, esa crítica se vuelve carne en las calles, en cada cartel que exige justicia laboral y un cambio profundo.

Clara, con 15 años de servicio, conoce de cerca esas grietas. Empezó en escuelas particulares y hoy tiene una plaza federal. “Desde 2007 estamos en cuentas individuales. Antes teníamos una pensión digna para la vejez. Hoy, lo que recibamos será solo lo que logremos ahorrar. Es injusto. Queremos regresar al décimo transitorio”, explica.

Y no, los maestros no ganan bien. “Algunos creen que sí porque ven a uno que combina plazas o tiene otro trabajo, pero la mayoría vive solo del aula. Y no alcanza. En secundaria muchos tenemos tres o seis horas de base. Así no se puede vivir”, lamenta.

En Yucatán, conseguir más horas es una odisea. “Un compañero lleva años intentándolo, presenta exámenes, cumple todo… pero las horas están lejos. ¿Cómo te vas de Mérida a Tizimín por tres horas?”

Además del bajo salario, está la presión de sostener una imagen profesional. “Nos endeudamos en tiendas departamentales solo para vestirnos con decoro. Damos de nuestro bolsillo para el material, para apoyar a los alumnos, porque somos humanos y nos nace hacerlo. Pero vivimos al límite, trabajando jornadas dobles o triples porque no alcanza”.

Clara lo dice claro: “No pedimos privilegios, pedimos justicia. Especialmente los que estamos en media básica, media superior y superior. Trabajamos por horas, ganamos poco y somos olvidados”.

Ella gana cinco mil pesos quincenales. Y aunque esa cifra suene suficiente, no lo es. Muchos docentes ni siquiera tienen jornadas completas. En promedio, los maestros de secundaria en México ganan 4 mil pesos por quincena. Pero en realidad, el 90% de ese sueldo ya está comprometido antes de cobrarlo. “Por eso los maestros siempre preguntan: ¿Cuándo pagan?”, dice Clara.

Ser madre y maestra al mismo tiempo no es fácil. “Tenemos 40 alumnos y se nos exige atención personalizada. Calificamos en casa, planeamos en la noche. No hay tiempo para descansar, y aún así, muchos creen que vivimos bien”. También cuenta que durante la pandemia, Clara siguió dando clases a pesar de que su computadora estaba dañada y no tenía cámara. “Tuvimos que conseguir otra. No fue fácil, pero había que hacerlo por los alumnos”.

Clara, ¿Qué le diría a uno de sus alumnos si la viera plantada frente al Palacio?.

 “Que no se rinda. Que hay que luchar por lo que es justo. El gobierno debe velar por todos, no por unos cuantos. México es un país rico, pero mal distribuido. Y estamos regresando al sistema que tanto criticamos. No pedimos lujos, pedimos justicia. Que se abrogue la ley del 2007, que tanto daño ha hecho, especialmente a los más jóvenes”.

Y a los padres que piensan que los maestros no quieren trabajar, Clara les responde: “Nosotros también somos padres. Esta lucha es para que sus hijos vean que los derechos no se pisotean. Muchos de ellos entrarán al sistema federal, y lo que defendemos hoy también los protegerá mañana”.

Así es el día a día de muchas docentes en México: entrega, amor… y una batalla constante por sostener su vocación sin descuidar a los suyos. Mientras tanto, Clara y sus colegas resisten. Pasan los días, cae la noche, se acaban los víveres y se agota la paciencia. Pero no se van.

Porque, como repiten una y otra vez: “Esta lucha no es solo por nosotros, es por nuestros alumnos, por el futuro que merecen”. Y quizá por eso, a pesar del cansancio y la indiferencia institucional, siguen ahí.

Porque educar, también es resistir.