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Crecer en cristianismo y terminar en el LGBT+ismo

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Muchas veces aún hablo explicándome, cuidando mis palabras para no incomodar a mi madre o mi padre y quizá es que las cruces del cristianismo me persigan toda la vida, pero después de crecer con miedo, ahora solo queda sentirme libre todo el tiempo, sintiendo y resistiendo.

Por Darcy Pérez

Mérida, Yucatán, 29 de junio de 2022.- Fue aproximadamente a los 12 años, en mi primer año de secundaria, cuando con mucho miedo y ansias, les confesé a mis, en ese entonces, mejores amigas que sentía una atracción hacia las niñas, que podía sentir cosas por algunas mujeres más allá de aquel sentimiento de cariño y amistad y a pesar de que me encontraba en una relación heterosexual, ninguna de ellas cuestionó nada, solo hicieron unas bromas para amenizar el ambiente y me abrazaron con la misma confianza de siempre.

No puedo contar la cantidad de veces que lloré en los famosos retiros espirituales, mientras le pedía a Dios que por favor quitara de mí todo aquello que me habían dicho no debía sentir, desde el profundo odio a mi cuerpo y la tristeza, hasta las ganas de besar a una que otra chica y es que, cuando creces con la imagen mental de que hay un ente mirando todo lo que piensas y sientes, tu vida se convierte en una cárcel de culpabilidad constante.

Desde que tenía 5 las idas al templo eran una rutina de cada de domingo y es que, cuando eres niño, si es un lugar con muchos amiguitos y algunas que otras veces, comida, la pasas a todo dar.

No fue, sino hasta unos años después, que comencé a cuestionarme ciertas cosas que la iglesia predicaba en sus discursos, por ejemplo, ¿Por qué Dios destruiría todo a su paso solo por un momento de ira? O cosas como ¿Por qué me piden temerle cuando sería más fácil pedirme que lo ame? Y dentro de todo ¿Por qué me siento como si nunca pudiera ser yo?

Después de algunos años, de muchos regaños y oraciones para que volviera al camino correcto, decidí elegir mi propio camino y por mucho que quisiera, no puedo culpar ni a mi madre ni a mi familia, quienes, aunque muchas veces con la mano en el corazón y los ojos cerrados orando al cielo, han tratado de comprenderme y entenderme.

Estas fechas del PRIDE siempre tocan unas fibras muy sensibles en mí, pues algunas veces me encuentro pensando en si soy tan mala persona por ser como soy o por amar a una niña tan maravillosa como lo es mi novia, cuando me río con ella y la miro, dándome miradas de amor, me pregunto si eso es tan grave como para merecer el infierno.

Mirando a la gente de la comunidad, a mis amigxs, con lxs que he encontrado más que solo un rato agradable, unas personas increíbles, me pregunto cuál es el daño tan vil que puede causar alguien siendo total y plenamente feliz y es que, hasta hace un año, cuando para todxs eres común que yo hable de mi bisexualidad, jamás había podido decirlo abiertamente a algún miembro de mi familia. 

Después de todos esos años, aún guardo con cariño aquella vez que mi madre me abrazó, dejando de lado todo aquello que siempre ha creído, para decirme que siempre iba a aceptarme tal y como soy, o la vez que mi hermano le pidió a mi mamá que no dijera la palabra “amiga”, que podía llamar a mi novia por lo que realmente era. 

Muchas veces aún hablo explicándome, cuidando mis palabras para no incomodar a mi madre o mi padre y quizá es que las cruces del cristianismo me persigan toda la vida, pero después de crecer con miedo, ahora solo queda sentirme libre todo el tiempo, sintiendo y resistiendo.