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El Arca de Noé: Más Allá del Muro, la Sanación Colectiva

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Texto y fotos Sofía Vital

La drogadicción es, de acuerdo con el National Institute on Drug Abuse, mucho más que una debilidad moral: se define como un trastorno cerebral crónico y recurrente que se manifiesta en la búsqueda y el consumo compulsivo de drogas, a pesar de sus graves consecuencias. Esta condición altera el funcionamiento normal del cerebro en áreas cruciales como la recompensa, el estrés y el autocontrol, lo que explica por qué la capacidad de una persona para dejar de consumir se ve seriamente comprometida.

Sin embargo, para comprender realmente la adicción, debemos ir más allá de la neurología y reconocer que el ambiente juega un papel crucial. Factores como el hogar, los compañeros y el vecindario son determinantes, actuando como potentes factores de riesgo o de protección. Es aquí donde un espacio como El Arca de Noé (ubicado en la colonia Roble Agrícola) desafía el modelo tradicional. Al llegar y ver las calles de la colonia pintadas con murales motivacionales, comprendí que la recuperación no puede ser un acto de aislamiento. El parque «La Chulísima», ubicado justo en la entrada del arca y abierto a todos, es una poderosa metáfora: la integración es la clave para desmantelar el estigma que envuelve a las adicciones.

Mi propia experiencia lo confirma. El nerviosismo y el miedo que me provocaba el recuerdo de un «anexo» con malas referencias se disiparon al cruzar el umbral del Arca. La presencia serena de los perros de asistencia fue el primer anclaje a la calma. Esos seres de apoyo, junto al brillo de esperanza y la nostalgia que sentí en el ambiente, me demostraron que la rehabilitación efectiva se enfoca en la sanación colectiva. Se trata de ofrecer un entorno sanador donde cada persona que ha decidido enfrentar sus «tormentos» pueda reconstruir su vida, no desde el encierro, sino desde la conexión con la comunidad.

Fernanda y Mari Carmen me recibieron ese día de vista en el Arca. Ellas trabajan ahí, pero antes llegaron para cambiar sus vidas, que no eran aptas para ellas dentro de las adicciones. Como forma de agradecimiento, decidieron ser parte del Arca.

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Primero me dieron un tour por el espacio. Me llevaron al área de educación, un área donde se les da una segunda oportunidad con la educación, porque para desenajenar nuestras vidas es importante el conocimiento. De ahí me pasaron a otras áreas como los consultorios de nutrición, de salud, entre otros. Olvidaba comentar que en la parte del área de educación había una placa, en memoria al Dr. Franklin Antonio Navarrete Silva, conocido como el médico de la Chuminópolis, una placa que agradecía su lucha, valentía y altruismo. Por ahí encontré que no encontró camas para que lo pudieran ingresar durante la pandemia y falleció de COVID. Es irónico, porque Franklin acató como profesional su juramento hipocrático.

Después de darle un respeto a la placa conmemorativa, pasamos a un espacio que me llamó la atención: eran las habitaciones de los que llegaban de la calle, personas que necesitaban una mano y un espacio seguro. Los cuartos estaban muy ordenados, pero también con su toque personal de los que se encontraban hospedados por un tiempo ahí. Las chicas me comentaron que ellos mismos hacen sus reglas y las respetan: tender sus camas, luces apagadas a cierta hora para dejar dormir a los demás, todas esas reglas que creemos que la gente en situación de calle no las tiene. Porque olvidamos que a veces el destino es raro, que en algún momento por razones que no imaginamos, podemos llegar a también estar en situación de vivir en la calle.

Las terapeutas me llevaron también al área de gimnasio, a un ring donde practican box y de verdad que eso me emocionó muchísimo, pero me emocionó más saber que practican yoga, porque la meditación es un factor muy importante en la vida. Pasamos al área de caballeros, también al área donde están las chicas; ahí había una reunión donde estaban charlando de su día, de por qué estaban ahí, de todo lo que nunca hablamos. Con voz fuerte escuchaba entre oídos mientras ponía atención a las terapeutas: “Me cansé de esta podrida vida”. Escuché y sentí una sensación de catarsis que había olvidado y recordé una imagen de un libro de psicología: era una mujer desnuda sentada en una silla y el libro lo describía como “catarsis”. Creo que la falta de catarsis en la humanidad hace que todo lo acumulemos y terminemos buscando otras opciones para calmar nuestros dolores de espíritu, como diciendo: si consumo esto, me sentiré mucho mejor, si hago esto aunque se vea mal, sé que me hará sentir mejor; porque a veces no hay nadie quien te rodee para entenderte. Y esta divagación que escribo, me hace llegar al resultado de que estamos disociándonos como sociedad y dejando de ser una comunidad.

Cepillos de dientes ordenados, ropa ordenada, camas tendidas, platos limpios, zapatos limpios y ordenados, libros acomodados, peluches tiernos, reglas que parecen más bien como si mamá las hubiera escrito, dibujos bien hechos llenos de sentimientos, una cocina con chicos haciendo la comida con mucha cautela pero también con cariño, stickers con frases de motivación, no tan melosos pero sí que levantan. El Arca sí es un gran barco con el objetivo de no solo salvar, sino de enseñar a pescar.

Querido lector, no puedo contar más del tour que me dieron las chicas, porque la verdad sería interesante que pases a visitar el lugar y por qué no la colonia llena de colores. Cuando terminamos el tour, mi curiosidad hizo que les preguntara a Fernanda y a María, qué les motivaba estar ahí y dónde tomaron fuerzas para dar lo mejor de ellas. Me preguntaba, sin tapujos: ¿Cómo mantienen su propia salud mental quienes se dedican a guiar a otros a través de la oscuridad?

Mari Carmen, psicóloga con maestría, fue directa: “Ante todo, yo te puedo hablar del cuidado de la salud mental y la importancia… pero sobre todo también es importante verte como ser humano.” En este lugar no hay espacio para el prejuicio del «profesional que no siente». Lloran, ríen, se molestan, y lo más crucial: hablan. “Si no, uno mismo se condena al no hablar,” sentenció. El Arca les exige que la sanación sea un proceso constante y verbal, un ejemplo vivo para quienes atienden. Y su verdad personal le da un peso ineludible a su trabajo. Mari Carmen no solo trabaja en la colonia, vivió en ella. Creció en el viejo barrio de pandillerismo, delincuencia y suicidio, viendo morir a sus amigos por el desamparo. El Arca, para ella, es el refugio que nunca tuvo. “Yo estoy yendo a buscar algo que también sea donde puedo terminar,” se dijo, y frenó. Su labor es un acto de redención comunitaria.

La historia de María Fernanda resonó con una vulnerabilidad similar, demostrando que la adicción y el dolor no distinguen títulos. Llegó a Yucatán huyendo, con tendencias suicidas tras la muerte de su padre. Aunque era una profesional en adicciones, la teoría no le servía para sí misma. “Yo llegué aquí pidiendo ayuda, pero pues la que necesitaba ayuda era yo,” me confesó con una franqueza impactante. Se dio cuenta de que no necesitaba una sesión de una hora; necesitaba la comunidad. Necesitaba ser «escuchada y arropada por personas que son igual como yo.» Su perspectiva en conjunto es la conclusión metafórica de toda la crónica: hay una segunda oportunidad. No son optimistas ingenuas; son realistas convencidas de que el estigma de que «ya están perdidos» debe terminar.

Ambas me confirmaron que la rehabilitación efectiva se basa en dos pilares: el lugar que te rodea y quiénes te rodean. Ver las casas pintadas por la colonia donde me encontraba y el parque «La Chulísima» tiene ahora un sentido profundo. Mari Carmen me lo explicó con la realidad de la calle: “Hoy en día… niños están en el parque jugando en vez de estar en la esquina de la calle regalándose.” El Arca no solo trata a las personas; transforma el contexto que las enfermó.

María Fernanda se centró en la elección. En el trabajo familiar, se dan cuenta de que el apoyo no significa encubrimiento; significa responsabilizar. Y cuando la familia de sangre falla, se elige una nueva. “Ahora yo decido pues cuál es mi otra familia… con la que ahora yo decido crear vínculos, compartirme, expresarme.” En ese momento, entendí que El Arca de Noé no es un anexo: es un recinto de vínculos sanos que le devuelve a la persona la esperanza de elegir y de pertenecer.

El desafío, me explicaron, es que pocos quieren replicar este modelo. Es más fácil hacer «zumba» que abordar el tabú del suicidio o invertir en una comunidad terapéutica integral. Pero la fuerza de este lugar está en su convicción: el mejor tratamiento es la certeza de que sí se puede y que no estás solo.

Al final de las charlas con las chicas, lo único que quedaba era despedirme, agradeciendo el tiempo que me dieron para visitar el espacio, pero no voy a negar que me dejaron pensando en muchas cosas.

En México, la estigmatización de la persona con adicción es un obstáculo fundamental. Este prejuicio permite que miles de «anexos» ilegales operen violando derechos humanos, convirtiendo la enfermedad en un negocio de encierro y maltrato. El fracaso radica en la ausencia de una política de Estado integral que priorice la salud mental. Las políticas son insuficientes, y a menudo, los intereses económicos o políticos minimizan la complejidad del problema con soluciones superficiales.

Lo que realmente falta es la comunidad. Los modelos exitosos exigen reparar los vínculos sociales y el entorno, una labor que el sistema actual prefiere ignorar en favor del aislamiento. Para sanar las adicciones en México, es fundamental desterrar el estigma, dejar de hacer negocio con el dolor y sustituir el castigo por un acompañamiento constante que transforme el entorno y el tejido social.