Por Fabio Fuentes
Mérida, Yucatán 20 de diciembre de 2024.- Mérida se encuentra en la mayor proyección inversionista con un extenso aparato pubicitario que oferta la ciudad de mejor calidad de vida en el país. Sin embargo la captación de capitales inmobiliarios al norte de la capital yucateca no equilibra y, contrario, ahonda diferencias sociales respecto al sur de los desposeídos del últmo escalafón de pobreza.
La entrada del milenio despuntó a Mérida como el nuevo destino de vivienda en un país convulsionado por la violencia. De acuerdo a censos estatales llegaron 220 mil nuevos residentes a la ciudad en 20 años que han generado derramas económicas en el sector inmobiliario, turismo, comercio y servicios, pero no significa aumento sustentable de empleos y sí la actividad informal.
El sur, oriente y sur-poniente del municipio exponen el doble rostro de una urbe alabada en revistas internacionales como dinámica y vanguardista, pero a menos de 20 kilómetros el panorama es diametral. Al igual que en otras capitales, el desarrollo social e infraestructura es diferencial en tanto las comisarías Dzitpatch, Temozón, Chablecal, Dzityá, Xcumpich son cercadas por conjuntos residenciales de alta plusvalía y la escencia tradicional queda atrapada bajo la presión sobre los locales a ceder sus tierras a la vorágine inmobiliaria.
El capítulo Yucatán del Informe Anual sobre la Situación de Pobreza y Rezago Social 2023, elaborado por la Secretaría del Bienestar, informa que el sur de Mérida concentra el 80 por ciento de la Zona de Atención Prioritaria cuya población registra índices de pobreza con indicativos de marcadas insuficiencias y rezagos.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) refiere que, así como sucedió en el resto del país, durante la pandemia de 2018 a 2020 la entidad ahondó las carencias sociales en educación (21.6 a 21.8); acceso a salud (14.1 a 24.7) y alimentación nutritiva (21.4 a 24.6)
El alivio de la enfermedad reencauzó la actividad empresarial, sector de la construcción y turismo pero el desface de calidad mantiene las grietas y deuda social histórica. Un norte con viviendas valuadas en millones para sectores foráneos y alta clase local contra vectores de pobreza extrema incapaces de alcanzar una estela de la derrama económica.
El Indicador Bienestar sobre pobreza 2023 refiere que en el estado 23 mil personas viven en casa con piso de tierra, 19 mil bajo techos endebles, 38 mil de muros frágiles, 229 mil en hacinamiento, 782 mil sin servicios básicos de vivienda, 40 mil sin agua, 140 mil viven sin drenaje, 5 mil 700 sin electricidad y 758 mil residentes emplean leña o carbón para cocinar.
Hasta 2020 el indicador de la brecha social explica los polos de la ciudad y reflejo estatal: el 18.5% de la población no registraba pobreza o alguna vulnerabilidad y 43.9% padece algún grado de pobreza, 35.4% moderada y 8.4% extrema.
El predio autodenominado “Roble Unión” es un asentamiento irregular que ha captado la atención del gobierno municipal y estatal porque se trata de la última invasión de un terreno ejidal en la zona urbana, iniciada en 2019, y a cuatro años suman 340 familias en viviendas construidas con desechos de mampostería, cartón, asbestos, tablas y piedras.
Ubicado en el extremo sur de Mérida, al borde del periférico y el entronque a la salida a Campeche-Uman ( 11 kilómetros desde la Plaza Grande del centro histórico) la nueva colonia carece de los servicios urbanos básicos. Los vecinos han trazado 11 manzanas y se repartieron la tierra en lotes de 10 x 20 metros.
Fincaron cuartos con las condiciones precarias de láminas, plafones y algunos pedazos de tabique que resultan insuficientes para resguardarse de los climas extremos.
Entre hierbas, insectos, desechos orgánicos, decenas de perros, humo de cocinas de leña, tendederos, ausencia de drenaje y agua potable, los vecinos de “Roble Unión” se organizaron en comités vecinales para enfrentar las demandas e intentos de desalojo del comisariado ejidal.
La luz es tomada del alumbrado público de la avenida que circunda el territorio y han tendido cableado a lo largo de las manzanas para tener al menos un foco con instalaciones eléctricas que alertan metros de extensiones de luz interconectadas, con cables expuestos y colgados en techos de cartón humedecidos.
Las lluvia erosionan las viviendas y ante la carencia de materiales sólidos para construcción, los ocupantes se resignan a dormir entre goteras y muros endebles que permiten el paso de fauna nociva. De tal extremo que en la mayoría de cuartos improvisados se esparcen la falta de higiene con colchones plagados de chinches, garrapatas trasladadas por los canes, cobijas sucias, desperdicios de comida y acumulación de objetos de segunda mano como ventiladores, radios, muebles rotos, latas de leche en polvo para guardar objetos que consideran de valía y ropa.
Es mínimo el número de habitaciones con suelo firme, los pisos de tierra son el soporte de colchonetas donde familias de hasta seis integrantes se reparten el espacio para dormir en el suelo cuando las camas y hamacas son insuficientes.
Durante un recorrido a lo largo de tres manzanas de “Roble Unión”, el representante vecinal Mario Sabido accedió a guiar la caminata para revelar el inicio de la comunidad con 10 familias que ante la imposibilidad de pagar arrendamiento buscaron un predio para inicar la supervivencia.
“Somos 340 familias, la mayoría somos yucatecos pero hay gente de Chiapas, Veracruz, Tabasco, Campeche y hace poco llegaron unos colombianos”.
Comentó que el nombre del asentamiento se lo adjudicaron en una asamblea vecinal cuando acudieron a las oficinas del Instituto de Vivienda del estado de Yucatán (IVEY) para comenzar un trámite de regularización en donde apuestan las esperanzas de tener un documento que les avale tener propiedad e identidad.
“Cada invasión – por decirlo así- ya tiene un papel de identificación, el IVEY nos dijo que debían ser lotes de 8×20 metros pero hay quienes agarraron frente de 10 metros y si lo ordenan van a tener que moverse”.
Consciente que la ocupación fue irregular, hace notar el dirigente vecinal que han recibido promesas para dar cauce a sus peticiones de tener estatus legal aun cuando en tribunales persisten demandas de quienes ostentan la pertenencia del sector. Los más favorecidos han logrado construir viviendas con bloques y hasta tirar colados en los techos con portones de lámina o cercas para darle forma a sus habitaciones.
“Aquí la mayoría trabaja de obreros, van a Umán a las plantas industriales a trabajar, otros están de cargadores en el mercado del centro o van a las construcciones como albañiles”.
Destaca que cada vivienda tiene rotulado al frente el nombre del ocupante y supuesto número de folio para registrarse en el camino de la anhelada regularización, pero no es garantía de lograr al corto o mediano plazo el título o escritura.
“El folio simplemente se les está dando para que hablen por teléfono y hagan su solicitud ante el IVEY y según la junta con el gobierno en un mitin que hubo acá por la (calle) 86 según nos dijeron cuánto vamos a pagar por los terrenos. Ellos van a saber porque según vale en esta zona como 80 mil pesos cada lote pero nosotros vamos a pagar de tres a cuatro mil pesos”.
Sin embargo, la confrontación legal tuvo tintes de agresiones con los ejidatarios, quienes reclaman la evacuación inmediata, aun cuando han tratado de llegar a un concenso para cubrir el coste de regularización y el gobierno del estado ya tomó cartas en el asunto para dar una salida que benefice a las partes.
“Cuando empezamos acá la invasión hubo mucho problema con los que se dicen ejidatarios pero resulta que con las últmas demandas que hicieron, nosotros buscamos la forma de averiguar si ellos eran en realidad los dueños de acá (del predio) y resulta que hay tres compañías que se dividen la propiedad en partes”.
La decisión de asentarse en “Roble Unión” comenzó cuando las primeras familias llegaron de podar el monte en un último intento de alcanzar un espacio para vivir”.
“Nosotros empezamos a limpiar y fue llegando mas gente, al principio éramos 10 familias y luego se acercaron otras 20 y así mas hasta que se llenaron 11 manzanas cada una con 40 lotes. La gente fue llegando así como si nada, no nos conocíamos y nadie tenía recursos para tener su casita propia, así fuimos creciendo y prácticamente ya nos conocemos todos”.
Empero, llegar a fincar una vivienda con materiales de desecho no fue el primer obstáculo. Había escacez de alimentos, agua y servicios por lo cual una vecina tomó la decisión junto a otras mujeres de ir en busca de ayuda a las oficinas gubernamentales y de organizaciones altruistas para cubrir las necesidades básicas.
“Entre todos limpiamos para trazar las calles, abrimos pozos (de agua) entre todos colaboramos y hemos hecho una comunidad para apoyarnos. Sí han venido del gobierno a vernos”.
A lo largo del recorrido los vecinos asomaron con desconfianza pero finalmente accedieron a dar testimonios para justificar la presencia en ese sitio y el intento de fincar una nueva vida.
Tal es el caso de la familia de Lizbeth Cetina, con su esposo José, de oficio mestro albañil, -quien es menos optimista sobre la regularización ante instancias oficiales- y una suegra diabética de cortas palabras pero largos reclamos sociales.
El trabajador de la construcción dijo ganar promedio como Maestro de albañilería entre 2000 y 2800 pesos a la semana, lo cual le ha permitido aprovechar sus conocimientos en la construcción para levantar una vivienda más digna pero con el temor a invertir en materiales de primera clase y al final no obtener la regularización. Peor aun, terminar desalojados.
“No quiero meterle más bloques y colado a la casa porque no sabemos que vaya a ocurrir. Sí nos han dicho que hay trámites para regularizarnos pero no se sabe que pueda ocurrir y entonces es un riesgo construir en firme si al final un juicio nos quita la posesión”.
En tanto, su esposa Lizbeth comentó las condiciones de los niños para acudir a la escuela. Si bien afirmó que el 80% de los infantes acude al colegio, deben caminar más de 30 minutos para llegar al plantel más próximo. “Roble Unión” carece de acceso a la educación, salud y servicios. Sus residentes se desplazan en mototaxis para alcanzar las avenidas donde hay transporte público.
“No hemos tenido brotes de otras enfermedades gracias a Dios, pero como muchas de las casas no tienen muros firmes hay bastantes picaduras de moscos. El dengue sí nos pega fuerte, nos prometieron fumigar pero nunca han venido”.
En una de las viviendas más humildes vive solo José Tuk Matu. Regresó de Cancún sin un ahorro tras 10 años como conductor de autobuses y un malogrado negocio de venta de perfumes. Hoy vive de la pensión Bienestar que recibe del gobierno federal (4,800 pesos al mes).
Su morada levantada con pedazos de tabla, cartones, triplay podrido y láminas no es suficiente para contener la lluvia y el viento. Los rayos del sol se filtran en el derruido cuarto que deja ver chatarra, muebles rotos y una cama con colchón que asoma los resortes. Una vieja grabadora conecatda a la imporvisada extensión de luz es la única amenidad para escuchar música durante los largos días de hacinamiento.
El olor a encerrado destapa las precarias condiciones de higiene como vive, sus ropas están humedecidas y por doquier hay envases vacíos, algunos cubiertos, un ventilador con pié sin protector y el frigobar que hace también funciones de repisa para recipiente de café, harina maseca, una bolsa con pan y algunas manzanas verdes.
En el rincón hay una hoguera de maderos donde posa una olla de hierro quemado con agua caliente para cocinar algún básico, simpre en espera que no sobrevenga la lluvia.
“Aquí duermo cuando y gotea me hago más a donde no cae agua, y para el frío ésta es mi cobija (un viejo edredón que dice fue obsequio de una hermana)”.
José estudió hasta la secundaria y a los 64 años ve mermadas las posibilidades de emplearse. La pensión del gobierno le da para comer pero sus esperanzas mayores están despositadas en que algún día acuda al rescate su hijo, quien se fue a Guadalajara para trabajar en la industria de la refrigeración.
“Estoy esperando que venga mi hijo, me quiere llevar a Guadalajara a su negocio de aire acondicionados. Estoy esperanzado que algún día venga por mi…”.