Por Fabio Fuentes.
Mérida, Yucatán, 15 de noviembre.- Doña María Hernández Peck, de 87 años, ha vivido toda su vida en Santa Gertrudis, una región ubicada al norte de Mérida, Yucatán, que en sus días de infancia era una vasta llanura alejada del bullicio económico del centro de la ciudad. Entonces, Santa Gertrudis era un lugar de horizontes abiertos, donde los niños jugaban entre ruinas de antiguas haciendas, pastoreaban ganado y disfrutaban de una vida rural en un entorno que ahora parece irreconocible. Hoy, lo que una vez fue una extensión infinita ha sido reducido a unos pocos kilómetros cuadrados, amenazados constantemente por el desarrollo inmobiliario y los intereses de capitales foráneos. La expansión urbana ha transformado el paisaje de Santa Gertrudis, que ahora lucha por conservar su identidad ante una modernización implacable.
Doña María, cuya lengua está matizada por palabras en maya, representa uno de los últimos vestigios de una comunidad que aún intenta preservar su identidad y su arraigo. Nunca tuvo la oportunidad de asistir a la escuela y, aunque no sabe leer ni escribir, es una de las figuras que más conoce los cambios de su entorno. La comunidad a la que pertenece, en su mayoría de origen maya, siente que su cultura e identidad están en peligro. Las familias que residen en Santa Gertrudis están rodeadas por modernos edificios de departamentos y complejos comerciales, que han comenzado a transformar el horizonte y el modo de vida que estas familias defienden con ahínco.
Una Vida en Resistencia
Doña María se casó a los 15 años con su esposo, de 25, y juntos construyeron una casa que ha permanecido casi intacta durante los últimos 70 años. La cocina, con su fogón de leña y sus ollas ennegrecidas por el uso, es un símbolo de la sencillez que caracteriza su vida, un recordatorio de una época en la que todo era más tranquilo y el paisaje permanecía inalterado. Desde su vieja silla, doña María observa cómo el sol ya no ilumina su hogar como antes; los edificios que se alzan frente a su casa han bloqueado la vista que ella contempló durante toda su vida.
La urbanización de Santa Gertrudis ha traído consigo una presión constante de promotores inmobiliarios que han intentado, en numerosas ocasiones, comprarle sus tierras. Pero ella se ha negado sistemáticamente. Sus siete hijos y 20 nietos representan para ella un legado invaluable que no está dispuesta a vender. Junto a otras 40 familias de la comunidad, doña María ha decidido resistir y defender el último rincón de un modo de vida que, para ellas, tiene un valor incalculable. Santa Gertrudis se ha convertido en el último bastión de una forma de vida rural que se encuentra en peligro de desaparecer. “No voy a vender nada esta es mi tierra”, señaló.
Nuevas Construcciones
La tranquilidad en Santa Gertrudis duró poco. Semanas atrás, se clausuró una obra irregular en un predio que una empresa constructora adquirió en complicidad con el Instituto de la Vivienda de Yucatán (IVEY). Sin embargo, en la calle siguiente comenzó la edificación de una torre de seis pisos, que amenaza con agravar la ya precaria situación de los servicios básicos, como el suministro de agua potable y electricidad. Este nuevo complejo, denominado Varanta, se eleva detrás de la Plaza de la Construcción y destaca en el horizonte por su enorme altura, lo que ha generado una serie de preocupaciones entre los habitantes de la comunidad.
“Ya pasó con otra torre dentro de la comisaría; la gente comenzó a quejarse porque no tenían agua y fallaba la luz. No sé cómo autorizan esos proyectos”, expresó la comisaria Leydi Cocom Valencia, en referencia al impacto que estas construcciones están teniendo en la infraestructura de servicios. Las preocupaciones de los residentes crecen a medida que las edificaciones verticales se expanden, limitando el acceso a recursos que ya escasean. Con cada nueva torre que se construye, el acceso al agua y la estabilidad en el suministro de electricidad se vuelven más inciertos para los habitantes de Santa Gertrudis, que temen quedar atrapados en un lugar donde sus necesidades básicas ya no puedan ser satisfechas.
La Historia de Carlos y Su Rebaño
Carlos Mec, uno de los últimos pastores de Santa Gertrudis, ha dedicado más de 40 años a la crianza de chivos, una labor que, aunque modesta, forma parte esencial de su identidad y de la vida rural de la comunidad. Cada chivo que cría puede llegar a venderse en 1,800 pesos si se encuentra en buenas condiciones, pero la creciente falta de pastos, producto de la expansión urbana, ha hecho cada vez más difícil el sustento de su rebaño. Los chivos, que no requieren pastor y regresan solos a sus corrales, se han vuelto parte del paisaje cotidiano de Santa Gertrudis, una presencia constante en una comunidad que intenta sobrevivir a las sombras de los rascacielos.
A unos cuantos kilómetros de los terrenos de Carlos, centros comerciales lujosos y restaurantes de franquicias internacionales reflejan el rostro de un Yucatán moderno donde un corte de carne puede llegar a costar hasta 2,000 pesos. En Santa Gertrudis, en contraste, las familias cocinan con leña y comen frijoles; su vida, aunque rudimentaria, es también una cadena que los conecta a sus raíces. Para Carlos y otros pobladores, el temor es claro: el desarrollo inmobiliario podría cercarlos como en un gueto, dejándolos sin más opción que ceder. Sin embargo, Carlos insiste en que no venderá ni una sola parcela. «Aquí todavía hay esperanza», dice, y expresa su convicción de que el pueblo debe resistir, aunque algunos vecinos ya han vendido ante la presión y la necesidad económica.
Una Lucha Legal en el Limbo
Ante el avance inmobiliario, algunos pobladores han promovido amparos para frenar las construcciones. Sin embargo, los procesos judiciales se han dilatado en un contexto en el que el poder judicial enfrenta un proceso de reformas y revisiones que generan incertidumbre. La alcaldesa Cecilia Patrón ha declarado que el problema de las comisarías como Santa Gertrudis, Tixcacal y Cholul es un legado complejo que su administración heredó. A pesar de su intención de cambiar el plan de desarrollo municipal y revisar los permisos otorgados, reconoce que gran parte de la infraestructura y permisos fueron aprobados en administraciones anteriores, limitando así su capacidad de maniobra.
El exgobernador Mauricio Vila otorgó licencias de construcción comprometidas, lo que pone a las actuales autoridades en una posición compleja frente a los poderosos intereses económicos que se mueven detrás del desarrollo inmobiliario. Para algunos, Yucatán es un «próximo bocado» para los capitales foráneos, una tierra fértil que amenaza con perder su identidad a medida que el último rincón de su historia y su cultura rural se ve arrinconado por el cemento y el acero.
Una Esperanza que Perdura
A pesar de las presiones económicas y la necesidad apremiante que ha llevado a algunos vecinos a ceder, aún hay familias en Santa Gertrudis que se resisten. Para ellos, estas tierras representan más que un pedazo de propiedad: son el legado de generaciones y un símbolo de identidad. En esta comunidad aún se percibe una esperanza, un deseo de conservar un modo de vida que parece no tener cabida en el Mérida moderno que crece a su alrededor.