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Progreso: el mar que me sanó y la brisa que ya no está

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Por Sofía Vital

Progreso, Yucatán 13 de agosto de 2025.-Cuando llegué a Yucatán, lo primero que quise hacer fue visitar el mar. Porque el mar es sanador, y las olas siempre tienen historias que contar. Así fue: hace algunos años, el mar de Progreso me sanó y me hizo querer más a esta tierra.

Por trabajo, no me había dado tiempo de regresar a esa playa cercana que para los habitantes de Mérida es el escape más rápido al océano. Hasta hace unas semanas. Tenía que ir por cuestiones laborales y me sentía feliz: por fin volvería a sentir esa brisa maravillosa que tantas veces había imaginado en mis días de oficina.

Pero la primera sorpresa me golpeó antes incluso de tocar la arena. Frente a mí, un enorme puente elevado —un segundo piso al estilo de la Ciudad de México— se alzaba sobre lo que alguna vez pensé podría ser una reserva natural. Y en las orillas, algunas construcciones del llamado “progreso” parecían invadir la ciénegasin pudor.

Me obligué a dejar ese pensamiento a un lado, intentando convencerme de que todo era por el bienestar de los ciudadanos. Sin embargo, al llegar a la terminal de autobuses, lo primero que sentí fue una niebla triste, espesa, que nunca antes había visto aquí. Imaginé que sería cosa de la marea o del viento.

Caminé hasta el muelle de chocolate, aquel que tantas veces fue postal viva del puerto. La decepción fue total: abandonado. Sé que los fenómenos meteorológicos del año pasado lo dañaron, pero ya llevamos medio año —y los locales dicen que más de uno— sin que nadie lo repare.

Decidí entonces ir al muelle de pescadores, donde las familias suelen reunirse los domingos. Me senté a observar, sin muchas ganas de conversar, porque tenía demasiadas preguntas en la cabeza:

¿Qué es realmente prosperar?.

¿Es llenar la costa de edificios de estética ostentosa a costa de eliminar los montes?.

¿Es contaminar el agua para atraer inversiones?.

¿Qué tan sucio estará el mar de Progreso?.

¿De dónde viene ese olor extraño?.

¿Por qué esta parte luce tan descuidada mientras que las zonas “privadas” parecen, al menos, algo más cuidadas?.

Progreso, aquel puerto que alguna vez fue sinónimo de calidez, paz y vida tropical, hoy se percibe diferente. El ambiente que solía envolver a propios y extraños con brisas frescas y aromas marinos ha dado paso a un aire distinto, más denso, más industrial. El cielo y el mar, antes vibrantes, parecen ahora compartir un tono gris que se extiende también sobre la arena.

Lo que antes era un lugar de encuentro y descanso, hoy luce descuidado. No es un cambio que inspire admiración, sino uno que despierta nostalgia. Algunos lo llaman “reestructuración”, pero para muchos, se siente más como abandono.

Aun así, las playas siguen recibiendo visitantes. Familias enteras llegan buscando un pedacito de mar, un rincón de arena donde compartir momentos simples: pescar lo que el mar aún ofrece, reír juntos y disfrutar de lo poco que queda del Progreso de antaño.

Pero entre esas sonrisas se cuela una pregunta inevitable:
¿Por qué cambiar la alegría sincera por una mirada cargada de añoranza?
¿Y por qué poner en duda la prosperidad que tantas veces se ha prometido y que, sin embargo, parece no llegar?

Vi a las familias divertirse y pensé: qué bueno que aún pueden hacerlo. Total, más dignidad no se puede arrebatar. Pero mientras caminaba de regreso, no pude dejar de notar la presencia de tantos militares. Y la pregunta final quedó flotando en mi mente, tan densa como aquella niebla de la mañana: ¿a quién le pertenece Progreso?.