Por Claudia Arriaga
Jueves 7 de octubre de 2024.- Un brochazo tras otro de pintura color rosa mexicano se expandía lentamente en la tumba de Margarita González de 94 años. Su hijo, José estaba sentado sobre una cubeta mientras la recordaba y pintaba. “Le gustaba comer bien”, pronunció entre risas. Al mismo tiempo lamentó que no murió por falta de salud, fue por feminicidio.
El 22 de septiembre, a Margarita la asesinó un vecino del rumbo donde vivía, la colonia Salvador Alvarado Sur. Se trata del “Torero” y amigo de uno de sus nietos. Brincó el muro e ingresó al domicilio de la adulta mayor.
El día del feminicidio, el Servicio Médico Forense (Semefo) le dijo a la familia que murió por causas naturales. Entre las luces de las patrullas y ambulancias y el murmullo de las y los vecinos; no lograban entender que ocurrió.
“Llegué entre las 9:30 y 10 de la noche, ya estaba muerta.No pensé que fue homicidio. Pensé que se cayó y se golpeó y mató. Cuando llegué agarré el cuerpo y sentí que estaba frío, me dio miedo y coraje”, relató en entrevista.
Los golpes en el cuerpo de Margarita eran visibles.
“Avisé a las autoridades, llegaron y corroboraron. Mi hijo vio que no era muerte natural, que tenía muchos golpes en las costillas, pies y manos. Yo le dije que no quiero que quede impune, que procedan como tengan que proceder”, comentó.
Margarita era una mujer maya, originaria del municipio de Mama en Yucatán. Migró a la ciudad cuando aún era una adolescente y empezó a trabajar en limpieza de casas “de gente rica”, agregó su hijo.
A él no lo detuvo ni la lluvia que cayó el día que fue a pintar la tumba de su madre al Cementerio de Xoclán. Buscaba un árbol frondoso para resguardarse. Lo que sí lamentó es que el nombre de Margarita, recien pintado, se escurriría